Conoce a William Randolph Hearst, el terrible y "verdadero" Ciudadano Kane
El magnate que inspiró Ciudadano Kane tuvo todo el poder del mundo, pero murió solo, traicionado por su ambición y devorado por el mito que quiso destruir.
Durante décadas, el nombre de William Randolph Hearst fue sinónimo de poder absoluto en los medios de comunicación. Con un imperio que abarcó los principales diarios de Estados Unidos, se convirtió en una figura temida y admirada. Pero detrás de esa fachada de éxito se escondía una vida marcada por la ambición desmedida, los conflictos políticos y una caída estrepitosa. Su historia fue inmortalizada -aunque disfrazada- en El ciudadano Kane, el clásico de Orson Welles de 1941, que lo convirtió, para siempre, en el símbolo del magnate despiadado que lo tenía todo y lo perdió todo.
Hearst comenzó su carrera heredando el San Francisco Examiner, y supo transformar ese punto de partida en una red de más de 30 periódicos, con millones de ejemplares vendidos en ciudades clave como Nueva York, Boston y Los Ángeles. Su influencia era tan poderosa que podía definir agendas políticas y manipular la opinión pública a través del sensacionalismo. Incluso se le adjudica haber impulsado la participación estadounidense en la guerra contra España, tras inventar que el barco Maine había sido atacado por los cubanos, cuando en realidad había explotado por accidente. El poder de la prensa en sus manos era total y peligrosamente eficaz.
¿Por qué Hearst fue tan parecido a Kane?
Las similitudes entre Hearst y Charles Foster Kane son inevitables. Como el personaje de Welles, Hearst fue un hombre seducido por la política y por la idea de moldear el mundo a su antojo. Intentó sin éxito ser gobernador de Nueva York y mantuvo una retórica populista que luego abandonó, volviéndose un conservador radical con simpatías por el fascismo europeo. Su vida personal también quedó reflejada en el film: su amante, la actriz Marion Davies, fue retratada en el personaje de Susan Alexander, aunque injustamente caricaturizada como una artista mediocre. Davies, a diferencia del personaje, fue fiel hasta el final, incluso ayudando económicamente a Hearst cuando ya no le quedaba nada.
El castillo de San Simeón, que mandó construir en California, parecía sacado de un cuento de hadas o, mejor dicho, de un delirio. Con 170 habitaciones, piscinas, biblioteca, teatro y zoológico, era el escenario de fiestas lujosas con invitados como Churchill, Chaplin y Gable. Pero en los años treinta, la Gran Depresión y sus propios errores financieros lo empujaron a la ruina. Para sobrevivir, hipotecó su palacio, vendió sus colecciones y perdió el control de su emporio mediático. Murió en 1951, solo y olvidado, tras haber sido uno de los hombres más poderosos del país.
¿Por qué quiso destruir la película de Orson Welles?
Cuando Welles lanzó El ciudadano Kane en 1941, Hearst reaccionó con furia. Intentó comprar la película para destruirla y presionó a los estudios de Hollywood para boicotearla. No solo por las similitudes entre su vida y la del personaje, sino porque el film tocaba una herida íntima: "Rosebud", la última palabra de Kane en la película, era supuestamente el apodo privado que Hearst usaba para referirse a una parte del cuerpo de Marion Davies. El escándalo fue mayúsculo, y aunque la película solo ganó un Oscar -mejor guion-, su legado técnico y narrativo la colocó con el tiempo como una de las más influyentes del cine.
Welles, de apenas 25 años al momento del estreno, asumió el riesgo de retratar a un gigante de la prensa y pagó un precio por ello. El boicot afectó la distribución del film, que recién fue valorado tras la guerra, sobre todo gracias al reconocimiento europeo. Sin embargo, Ciudadano Kane es mucho más que una sátira personal: es una exploración de los límites del poder, la soledad del éxito y el misterio de lo que nos hace humanos. En esa búsqueda, Hearst y Kane se funden en uno solo, atrapados por su ego, destruidos por sus excesos y olvidados por aquellos a quienes una vez dominaron.