Un avión de pasajeros que cubría la ruta entre Jabárovsk y Tynda se estrelló este jueves en una zona montañosa y remota del este de Rusia. A bordo viajaban 43 pasajeros -incluidos cinco niños- y seis tripulantes. No hubo sobrevivientes. Los restos del fuselaje fueron encontrados en llamas por un helicóptero de rescate.

La aeronave, un Antonov An-24 de Angara Airlines, había desaparecido de los radares sin emitir señales de socorro ni reportar fallas. Tampoco llegó a establecer contacto con el aeropuerto de Tynda, donde debía aterrizar tras una escala en Blagovéshchensk. Fue localizada a unos 15 kilómetros del destino.

Una región marcada por los accidentes

La zona del siniestro es de difícil acceso y está cubierta por bosques densos. Equipos terrestres fueron enviados para investigar las causas del accidente, aunque el silencio absoluto de la tripulación antes del impacto agrava el misterio. Por ahora, no hay una hipótesis firme que explique lo ocurrido.

Este no es un hecho aislado. El Extremo Oriente ruso, por sus enormes distancias y condiciones extremas, tiene un largo historial de tragedias aéreas. En 2024, 22 personas murieron en Kamchatka al caer un helicóptero Mi-8. Tres años antes, otro Mi-8 dejó ocho muertos en circunstancias similares.

Rusia vuelve a sacudirse por un accidente evitable. En medio de una red de vuelos esenciales pero mal regulados, la tragedia desnuda una vez más las falencias de un sistema que conecta regiones olvidadas, pero a veces, las deja sin retorno.