¿Cómo fueron las visitas de Darwin a Argentina?
El especialista estuvo en el país durante un largo período y su visita fue crucial para su vida, aunque tamibén para su muerte.
En los confines del siglo XIX, cuando la ciencia aún buscaba ordenar el caos del mundo natural, un joven inglés emprendía un viaje que cambiaría para siempre la historia de las ideas. Charles Darwin, a bordo del HMS Beagle, tocó las costas del Río de la Plata en 1832. Lo que encontró en la vasta geografía argentina fue más que un paisaje: un laboratorio a cielo abierto.
Las impresiones de Darwin en Argentina
La pampa se desplegaba infinita ante sus ojos. Gauchos que se movían con destreza en caballos salvajes, ñandúes que corrían como fantasmas sobre la hierba, fósiles gigantes que hablaban de un pasado extinto. Cada anotación de Darwin en sus cuadernos era una pieza de un rompecabezas que, años más tarde, revelaría el poder de la evolución.
El sur lo esperaba con silencios aún más profundos. En la Patagonia, entre Bahía Blanca y Puerto Deseado, recogió huesos de megaterios y gliptodontes, criaturas colosales que habían desaparecido pero dejaban huellas grabadas en la tierra. Allí Charles Darwin empezó a vislumbrar que las especies no eran inmutables, que el tiempo podía desdibujar hasta lo más imponente, algo que reconfirmó con sus visitas a Tierra del Fuego.
Su recorrido lo llevó luego por los ríos Paraná y Uruguay. Fascinado, observó aves, peces y comunidades humanas que vivían en permanente diálogo con el agua. El contraste entre la modernidad de los puertos y la rudeza del interior le ofreció un mapa social y natural único, que terminaría plasmado en sus diarios de viaje.
En 1835, el joven naturalista miró de frente a los Andes. Cruzó desde Chile hacia Mendoza y quedó sobrecogido por la magnitud de la cordillera. Volcanes, sismos y rocas le contaban la historia de una Tierra en movimiento constante. Aquella experiencia lo convenció de que los paisajes eran organismos vivos, sujetos también a la transformación.
¿Mendoza, la responsable de su muerte?
Pero Mendoza le dejó algo más que descripciones geológicas. En una de sus estadías rurales, Charles Darwin escribió sobre un insecto que lo había picado mientras dormía: una vinchuca. La anécdota parecía menor en sus diarios, pero contenía una semilla oscura. Ese insecto era portador del parásito del Mal de Chagas/Mazza, una enfermedad desconocida para la ciencia en ese momento.