A medida que la tercera temporada de El Juego del Calamar sigue generando repercusión, hay un detalle que muchos espectadores parecen haber olvidado: el actor que interpreta al Jugador 100, Song Young-chang, tiene antecedentes judiciales graves.

Este actor surcoreano, que se sumó al elenco en la segunda temporada y ahora tiene un papel más relevante, fue arrestado en el año 2000 por haber mantenido relaciones sexuales con una menor de edad. Según documentos judiciales, le pagó a una adolescente de 16 años para acostarse con él en dos ocasiones, en un auto estacionado en Goyang. En ese entonces, él tenía 43 años.

Pasó 36 días detenido durante el juicio. Si bien la condena fue clara, la sentencia fue suspendida debido a que no tenía antecedentes previos y mostró arrepentimiento. Después del escándalo, se mudó a Canadá y mantuvo un perfil bajo durante varios años.

En El Juego del Calamar, su personaje, Im Jeong-dae, es un anciano manipulador que influye en los demás para que continúen jugando. Su actuación, aunque reconocida por su impacto narrativo, no fue bien recibida por todos al conocerse su historial.

El Juego del Calamar 3 por Netflix

En Corea del Sur, Song Young-chang tiene prohibido aparecer en canales públicos como KBS, MBC y EBS, restricciones que siguen vigentes hasta hoy. Estas medidas fueron adoptadas como parte de una política de tolerancia cero frente a delitos de este tipo.

El hecho de que Netflix le haya dado un papel relevante reabrió el debate sobre la responsabilidad ética de las plataformas a la hora de contratar artistas. Mientras algunos defienden la idea de separar la obra del autor, otros consideran inadmisible que figuras con antecedentes de abuso infantil sigan teniendo protagonismo en la industria del entretenimiento.

A pesar de su pasado, Song Young-chang sigue trabajando activamente y su personaje en la serie ha ganado visibilidad. En la tercera temporada, aparece como uno de los finalistas, profundizando aún más su rol.

La polémica sobre su participación en El Juego del Calamar no parece terminarse pronto. La discusión sobre justicia, memoria y ética artística sigue abierta, y para muchos espectadores, el silencio también es una forma de complicidad.