Nazis, Perón y el proyecto ultra secreto que costó 300 millones
Un descabellado plan fascinó a Perón y provocó una de las mayores fantasías de la historia Argentina.
Hace poco más de una semana se descubrieron documentos vinculados al nazismo en la Corte Suprema de Justicia. Los papeles estaban escondidos en los archivos del organismo y permanecieron allí durante más de 70 años. El hallazgo reavivó la huella que dejó el nazismo en la Argentina tras la Segunda Guerra Mundial, cuando numerosos jerarcas del Tercer Reich se refugiaron en el país, muchos ocultando su identidad. Uno de ellos, sin embargo, fue célebre durante el primer peronismo: el físico austríaco Ronald Richter.
Richter había trabajado en Berlín durante el nazismo y llegó a la Argentina de forma irregular, como tantos otros científicos y exmilitares del régimen alemán. Su arribo, sin embargo, no fue casual: fue gestionado directamente por el Gobierno nacional. En 1947, un agregado argentino en la embajada de Suecia fue enviado a Oslo con la misión de recoger a Richter y al ingeniero aeronáutico Kurt Tank, quien se negaba a colaborar con Estados Unidos o la Unión Soviética.
Fue Tank quien recomendó a Richter al presidente Juan Domingo Perón, asegurando que se trataba de un físico brillante capaz de desarrollar energía nuclear. Perón no solo lo escuchó, sino que lo recibió en la Casa Rosada. Allí, Richter lo fascinó con su seguridad, su dominio técnico y su idea revolucionaria: producir energía ilimitada utilizando hidrógeno como combustible. Una propuesta irresistible para un líder que apostaba al desarrollo científico nacional.
Proyecto Huemul: el Sol en la Tierra
El austríaco se instaló primero en Córdoba, pero un incendio destruyó su laboratorio. Entonces pidió a Perón un espacio exclusivo y fondos casi ilimitados para llevar a cabo su plan. Así nació el Proyecto Huemul, con un objetivo tan ambicioso como grandilocuente: crear un sol en la Tierra.
Perón le otorgó una isla a ocho kilómetros de Bariloche, la isla Huemul, donde se montó un laboratorio secreto. Allí, Richter planeaba desarrollar un reactor de fusión nuclear que generara energía barata y abundante. Su idea era fusionar átomos de hidrógeno, generando una reacción controlada capaz de liberar una fuerza nuclear nunca antes vista. Incluso llegó a prometer una bomba nuclear más potente que la de cualquier potencia mundial.
El entusiasmo fue tal que en 1950 se creó la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), con Perón como presidente y el coronel Enrique González como vicepresidente. Ese mismo año comenzó la construcción del reactor: un enorme cilindro de hormigón de 12 metros de alto por 12 de diámetro. Todo avanzaba según lo planeado. Tal es así que Perón y Eva Duarte visitaron la isla Huemul y quedaron deslumbrados con los avances
La locura de Richter
Poco después de la visita de Perón, el proyecto comenzó a desmoronarse. Richter cayó en una espiral paranoica: sospechaba de sus colaboradores, hablaba de espías y comenzó a tomar decisiones cada vez más erráticas. Pidió una guardia permanente, una torre de vigilancia y hasta una lancha para escapar en caso de ataque. Todo le fue concedido.
Ya convertido en la única autoridad de la isla, Richter anunció en 1951 que había logrado la primera reacción de fusión termonuclear controlada de la historia. Según su informe, había creado un pequeño sol artificial. El Gobierno peronista, en plena campaña propagandística, tardó casi un mes en confirmar oficialmente el supuesto hallazgo. "Argentina ha logrado un avance sin precedentes", anunciaron.
El anuncio encendió las alarmas en la comunidad científica local, que rápidamente comenzó a solicitar acceso al misterioso reactor. Aquellos que lograban visitarlo salían con la misma conclusión: Richter estaba completamente desquiciado.
Cuando el sol se apagó
Preocupado, y tras haber invertido cerca de 300 millones de dólares en la iniciativa, Perón ordenó una evaluación técnica. El físico José Antonio Balseiro encabezó la comitiva. Aunque evitó referirse a la conducta de Richter, su informe fue categórico: el proyecto no tenía sustento. El austríaco desconocía principios básicos de la física nuclear.
Las consecuencias fueron inmediatas. Richter fue apartado del proyecto y cayó en desgracia dentro del peronismo. Como gesto final, el Gobierno le otorgó una vivienda en Monte Grande, donde vivió en el anonimato durante casi 40 años, hasta su muerte en 1991.
El Proyecto Huemul fue desmantelado y la isla quedó en silencio. El sueño atómico que había deslumbrado a Perón terminó costando cerca de 300 millones de dólares al Estado argentino y fue cancelado. El Sol en la Tierra prometido por Richter nunca existió.