La trágica muerte de Virginia Woolf: el día que eligió el río
La escritora que transformó el dolor en literatura decidió hundirse en el río Ouse con piedras en los bolsillos. Su final marcó el cierre de una de las voces más brillantes y más atormentadas del siglo XX.
El 28 de marzo de 1941, Virginia Woolf salió de su casa en Rodmell, al sur de Inglaterra, con paso sereno. Vestía su abrigo más pesado y llevaba los bolsillos llenos de piedras. Caminó hacia el río Ouse y se sumergió en él, sin intención de volver a la superficie. Su cuerpo fue hallado tres semanas después, flotando entre las aguas turbias que parecían haber guardado silencio sobre su destino.
Tenía 59 años y una mente que, tras años de lucha contra la enfermedad mental, ya no encontraba descanso.
Woolf, autora de La señora Dalloway, Al faro y Orlando, fue una de las figuras más influyentes del modernismo literario. Sin embargo, detrás de la intelectual reconocida había una mujer marcada por traumas profundos: la pérdida de su madre a los 13 años, los abusos sufridos por parte de sus hermanastros y las crisis nerviosas que la acompañaron toda su vida. En su última carta a su esposo, Leonard Woolf, dejó palabras que todavía estremecen: "He empezado a oír voces, no puedo concentrarme... Tú me has dado toda la felicidad posible, pero no puedo seguir arruinando tu vida".
¿Qué la llevó a tomar esa decisión final?
Woolf no era solo una de las escritoras más brillantes del siglo XX. Era también una mujer profundamente consciente de su mente, de sus fragilidades y de los límites que su enfermedad mental le imponía. Desde joven, sufría episodios de depresión severa y lo que hoy se conoce como trastorno bipolar, aunque entonces nadie lo llamaba así. Alternaba períodos de intensa lucidez creativa con crisis en las que las alucinaciones auditivas y los pensamientos oscuros la envolvían por completo.
Lejos de frenar su talento, aquellas crisis moldearon su escritura. Woolf transformó su sufrimiento en arte: en la forma fragmentada de Las olas, en el flujo de conciencia de La señora Dalloway, en los monólogos que parecían escuchar el eco del alma. "No hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente", escribió alguna vez, como si intentara convencerse a sí misma de que podía domar sus tormentas interiores.
x
La Segunda Guerra Mundial había convertido su mundo en un territorio inseguro. Londres era bombardeada por los nazis y la pareja temía tanto por su vida como por su libertad: él era judío y ella una intelectual antifascista. Ambos habían pactado suicidarse si Hitler invadía Inglaterra. Pero antes de que eso ocurriera, la mente de Virginia colapsó. Las voces, la desesperanza y la certeza de una nueva recaída la empujaron hacia el río. No fue un impulso, sino una decisión cuidadosamente meditada.
Su escritura había sido siempre un refugio. En su diario, al que confió sus pensamientos durante casi tres décadas, dejó rastros de una lucha interna que combinaba lucidez y fragilidad. "Observar perpetuamente", anotó días antes de morir, citando a Henry James. Esa observación constante fue su manera de resistir, de darle forma al caos que la habitaba. Pero incluso la escritura, su herramienta más poderosa, ya no bastaba para aliviar el dolor.
¿Por qué sigue siendo una figura tan relevante?
Virginia Woolf cambió la forma de entender la literatura y el pensamiento femenino. Su ensayo Un cuarto propio se convirtió en un manifiesto sobre la independencia intelectual de las mujeres: "Una mujer debe tener dinero y una habitación propia si va a escribir ficción", escribió con una lucidez que aún resuena. Su mirada desafiante hacia la sociedad patriarcal, sumada a su experimentación narrativa, hizo de ella una pionera.
A lo largo de los años, su figura fue reinterpretada, desde la obra ¿Quién teme a Virginia Woolf? hasta la película Las horas, donde Nicole Kidman la encarnó con una sensibilidad que le valió el Oscar. Sin embargo, más allá de las representaciones, lo que perdura es su voz: la de una mujer que transformó su sufrimiento en arte y que, aun en su final, dejó una lección sobre la complejidad de la mente y la fragilidad del genio.
Su muerte no fue solo una tragedia personal, sino el cierre poético de una vida marcada por la búsqueda de sentido. Con su partida, Virginia Woolf selló su lugar en la historia: el de una escritora que quiso comprenderlo todo (incluso su propio abismo) y lo escribió con una belleza que sigue doliendo.

